Llevo muchos años en actividades en que me toca facilitar, enseñar o dirigir dentro de una sala de clases. Desde segundo año de mi carrera (psicología) que inicié como ayudante y los últimos 12 años he dado clases en diversas instituciones de Iberoamérica.

Algo que pocas veces ocurre entre los colegas profesores, es escuchar sobre lo que aprenden de sus estudiantes. Pareciera que esa idea no entra en el mapa mental de la mayoría. Cuando en realidad uno siempre puede aprender de todas las personas, de hecho, a los profesores nos forman nuestros estudiantes (gracias a los que me han formado a mí).

Durante los últimos días tuve la oportunidad de dictar 7 talleres, en tres ciudades diferentes.

El público fue diverso, desde estudiantes de mecánica, hasta otros de comercio internacional, pasando por emprendedores, profesionales de multinacionales y médicos.

Y esta semana me enseñaron un montón de cosas y hoy quiero compartir en este espacio las principales lecciones que saqué la semana que recién pasó.

Menos es más

Muchas veces uno quiere entregar mucho valor, enseñar una larga lista de lecciones, pero el tiempo es limitado, la capacidad de retener información también y no toda la audiencia tiene el mismo nivel de entendimiento inicial de los temas, por lo que es mejor concentrarse en pocos puntos y dar profundidad, que abarcar grandes perspectivas que luego cuesta mucho aterrizar.

Uno de los talleres que hice, lo preparé con ganas de «darlo todo» y finalmente no me alcanzó el tiempo, tuve que correr con los temas y no logré detenerme en lo importante.

Aunque la gente lo valoró, personalmente me gusta más cuando las personas pueden llevarse una comprensión clara y una estrategia práctica que pueda usar terminada la instancia, y eso me recordó esto tan importante que muchas veces olvidamos.

Lo obvio para uno, es un tesoro para otros

Compartía con un grupo de estudiantes que están por entrar al mundo del trabajo, cuando comencé a comentar una anécdota que me ayudaba a ilustrar una lección de empleabilidad.

Confieso que mientras lo decía sentía que era tan obvio, básico que todos dirían «pfff nada nuevo lo que dice este tipo».

Sin embargo, fue justo ese contenido que para mí es evidente y demasiado básico, algo que sorprendió, abrió las preguntas y generó un debate motivado por aprender más y saber cómo aplicarlo correctamente.

Muchas veces estamos tan metidos en nuestros temas y por tantos años, que aquello que se convirtió en invisible, por lo evidente que nos resulta, es un descubrimiento de enorme valor para otras personas.

Compartamos las bases, que siempre hay personas a las que les ayudará y muchísimo.

Calibra las expectativas

Las personas evaluamos las experiencias no por lo que son, sino por lo que nos hacen sentir y cómo se posicionan en relación a nuestras expectativas.

Por eso, es importante que antes de iniciar la interacción podamos identificar las principales expectativas para focalizarnos en cómo poder satisfacerlas de mejor manera o superarlas si fuera posible.

Es mejor, creo, tener expectativas acotadas que podamos superar, que tener grandes expectativas que o no dependan realmente de nosotros poder resolver o que el tiempo nos resulta insuficiente para lograr cubrir de buena manera.

Enfoca en lo que sienten, no lo que saben

Las personas somos emocionales y eso no lo debemos olvidar jamás. Da lo mismo si «tengo razón» o manejo una información con mucha evidencia y estudios. Todo lo que importará es cómo las personas se sienten contigo.

Hubo dos estudiantes que me ayudaron a ver de manera palpable este aprendizaje. Una de ellas la conocí en Santiago de Chile, cuando dijo que había sido diagnosticada con un trastorno de deficit atencional, y yo le comenté que una de las cualidades de ese trastorno es tener «pensamiento divergente» es decir, poder pensar en varias cosas una tras otra, la misma cualidad que tienen las personas altamente creativas.

Entonces, ella me dijo, ya no diré que tengo TDA, sino que me diré que soy creativa. ¡MARAVILLOSO!

La segunda estudiante la conocí en Arica, quien con mucha vergüenza y dificultad opinaba en el taller, y luego comentó que tenía TEA (trastorno de espectro autista).

Cuando terminó de intervenir, la felicité porque, aunque se notaba su incomodidad había tomado la palabra por su propia iniciativa, y eso era valiente y aplaudible. De hecho, todo el auditorio la aplaudió.

Terminada la actividad, se acercó llorando a una directiva de la institución educativa, para darle las gracias por la instancia y pedirle más momentos que la ayudaran de esa manera.

No importa cuando uno sepa o cuántos datos uno de, lo que quedará en las personas es lo que sintieron en ese momento contigo.

Espero que estos aprendizajes te puedan servir para aplicarlo en tu trabajo, en tu día a día y también en tus propios desafíos.